Huele a duelo. A un cara a cara, a dos, tres o cuatro bandas.
A dolor de piernas aún no bronceadas por el sol, por el calor ni por los kilómetros. A sudores fríos.
Las etapas exigentes cada vez se hacen más deprisa y eso es síntoma de un
punto de forma más óptimo. Se perfilan los cuerpos, limando eso quilos
invernales. El sur es un buen lugar para empezar todo. El norte y su infierno,
espera para días y carreteras polvorientas, eternas, duras y exterminadoras. Después, será
et tiempo de las tres semanas.
Mientras tanto, en lo terrenal, huele a marchas
cicloturistas. A asumir entrenamientos para no quedar atrás los fines de
semana. A buscar tiempo de lunes a viernes, para escaparse a hacer kilómetros que
las piernas agradecerán en días que la mecha se encienda, sin saber por qué;
quizás por buenas sensaciones de algún compañero o deseos de revancha de
temporadas pasadas. Sin embargo, es necesario llegar dignamente a casa, aunque la
paliza sea considerable. Pues la vida continua y las obligaciones también.
Comeré entre la Paris-Niza y la Tirreno-Adriático.
Disfrutando del sacrificio de los ciclistas. Pan y circo. ¿Qué
más se puede pedir?