sábado, 15 de marzo de 2014

Olor



Huele a duelo. A un cara a cara, a dos, tres o cuatro bandas. A dolor de piernas aún no bronceadas por el sol, por el calor ni por los kilómetros. A sudores fríos. Las etapas exigentes cada vez se hacen más deprisa y eso es síntoma de un punto de forma más óptimo. Se perfilan los cuerpos, limando eso quilos invernales. El sur es un buen lugar para empezar todo. El norte y su infierno, espera para días y carreteras polvorientas, eternas, duras y exterminadoras. Después, será et tiempo de las tres semanas.

Mientras tanto, en lo terrenal, huele a marchas cicloturistas. A asumir entrenamientos para no quedar atrás los fines de semana. A buscar tiempo de lunes a viernes, para escaparse a hacer kilómetros que las piernas agradecerán en días que la mecha se encienda, sin saber por qué; quizás por buenas sensaciones de algún compañero o deseos de revancha de temporadas pasadas. Sin embargo, es necesario llegar dignamente a casa, aunque la paliza sea considerable. Pues la vida continua y las obligaciones también.


Comeré entre la Paris-Niza y la Tirreno-Adriático. Disfrutando del sacrificio de los ciclistas. Pan y circo. ¿Qué más se puede pedir?      

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