Se dice, que el ciclismo moderno ha perdido la épica. Al
leer libros y crónicas añejas, o escuchar hazañas pasadas, parece, que el sabor rancio, la falta de
modernidad, de esas tecnologías que contabilizan los gramos de fuerza en
vatios, de la hostilidad de los tiempos, del blanco y negro, del mal asfalto o
la falta del mismo, es más glorioso, más legendario, más heroico el maillot de
punto que las fibras modernas. No lo
creo.
La dureza no se mide igual en épocas distintas. El ciclismo,
como todo, ha cambiado, se ha modernizado, sin embargo, eso no significa que se
haya ablandado. Ni si quiera, se ha moderado. Ni él, ni los corredores. Si no,
miren algunas etapas de este Giro 2.014. La vida, desde principios del siglo pasado hasta ahora, para una mayoría, por muy dura que sea la crisis que no habita, se ha hecho
menos cruda y como la vida, el ciclismo también. Las carreteras son mejores, la
preparación, la bicicletas infinitamente, los ropajes, las zapatillas,
la alimentación, las organizaciones, los controles, los equipos, los hoteles,
los autocares, y por encima, las tecnologías. En fin, todo. Todo menos los
humanos: los mecánicos, los directores, la afición… y los corredores.
Cuando empezó la retransmisión de la octava etapa de esta
Dauphine, el caos ya se había apoderado del pelotón. Un grupo de más de veinte
escapados a tres minutos, entre ellos un corredor, Talansky, que estaba a 39
segundos del líder, Contador. Contador, que vuelve a ser Contador. Él, estaba solo,
sin equipo, ante unos Garmin dinamiteros, unos Sky muy fuertes, como lo demuestra
al final la victoria de un gran Nieve y un montón de ataques de Astaná, Belkin,
o cualquier otro. Una lluvia fina para terminar de decorar esos paisajes apocalípticos
y la certeza de contar únicamente con sus fuerzas para acabar la etapa de
amarillo y conseguir el triunfo final. Fue entonces, a falta de unos veinte y
pocos kilómetros, cuando Contador, con un ataque osado a Froome, demostró como ya hecho anteriormente, que le
épica en el ciclismo no murió con el televisor en color, ni con los años negros
de Armstrong, ni con Mc Quaid, ni con la crisis global, ni por las ganas de
muchos. No logró mantener el maillot amarillo. En su huida, huida que ha repetido este año varias veces y huida como quién huye de algo, adelantó a tantos despojos de la
fuga, que parecía que hubiera salido último, a casi todos, hasta que las fuerzas empezaron a menguar. Ninguno podía seguir más de 20 metros cuesta arriba
sur ritmo. Talansky, no desfalleció. Froome, se quedó tan atrás, tan lejos y tan abatido con la cabeza entre los hombros, que ni su imperial equipo, con un
gregario tras otro, menos Nieve, tuvieron fuerzas suficiente para mantenerlo
siquiera en el TOP 10,¿Quién sabe que habrá colgado su estimada pareja en Twitter
para explicárselo? Alberto, perdió el liderato por 27 segundos, sin embargo, nos
regalo un espectáculo esplendido y se llenó el depósito de moral hasta el
borde. Aunque eso, no gane el Tour.
La narración de esa crónica, hecha por un profesional, no
debe perder respecto a aquellas antiguas hazañas, un ápice de épica.
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