miércoles, 28 de mayo de 2014

El archienemigo

El gris del cielo augura tormenta. Y sin embargo, me parece un plan perfecto para pasar la tarde de un martes cualquiera enfrente al televisor. Etapa reina del Giro y su cielo, es más amenazador que el mío. Las heroicidades se consiguen con todo en contra.

La primera ascensión, el calentamiento, es el Gavia a ritmo de unos MoviStar intratables. El frío parece algo exterior a todos esos cuerpos esqueléticos que suben resoplando bajo un lluvia fina que cala hondo. Arriba, les espera la nieve para posarse en sus chubasqueros igual que se posa en la montaña. El descenso es únicamente para intrépidos, para personas a las que quizás, y bien lo saben, a parte de la vida, se jueguen un futuro mejor por brillar en esas cumbres legendarias dónde otros valientes, algunos incluso ídolos, ya lo hicieron. Sin tregua, se sube el Stelvio a ritmo aniquilador para un pelotón ya muy mermado. Cada vez con menos unidades. Al coronar, la nieve y la confusión.  Confusión por creer que el descenso estaba neutralizado sin ser así. Y unos kilómetros más abajo saliendo de la niebla como de la confusión un pequeño y moreno Nairo, que cambiándose las gafas de agua por unos de un cristal más oscuro se le pode observar en su mirada la obstinación para la hazaña. Acompañado por unos actores secundarios que se caeran poco a poco igual que la fruta madura en el transcurso de los kilómetros finales hasta a meta, el último Hesjedal. Tirado por su compañero Izaguirre que hasta dónde llega lo da todo, como siempre hacen los fieles escuderos. Después, Rolland y Hesjedal, se niegan una y otra vez a darle un relevo al pequeño colombiano que parece alado hacía su destino; un sueño Rosa.


Las epopeyas son el conjunto de hazañas y hechos memorables que hace una persona. Nairo, con 24 años y habiendo aprendido a montar en bici a los 15, va a un ritmo para entrar en la épica del ciclismo, pero sin duda, para conseguirlo, necesita un archienemigo a su altura.         

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